las que la estampa alumbran,
las que el sentido guían,
hacia el ocaso transita la penumbra
buscando de lo eterno la frontera.
Agoniza la vida,
la vida de lo efímero en un cuerpo,
un cuerpo que perece,
que perece quizá junto a una alma,
una alma que tal vez no expira
y que perdura entre el perene sueño,
sin que la razón que ya se extingue
conozca con certeza otra existencia,
si de verdad hay edenes y avernos,
si ánimas hay que allí han de morar
al huir de la decrépita carne,
si por fin el supremo ser se mostrará
entre los cielos y su paz imperecedera
y los ángeles caídos y satanes
junto a las sempiternas llamas.
Días de dichas que terminan,
días de lamentos que no tornarán,
días insulsos que perecen,
días de ardor que se apagarán.
El tránsito del postrero suspiro
del que feneciendo acaba
hacia lo que acontece más allá,
jamás resolvió la perpetua duda
de los que su turno todavía esperan,
sin que responder puedan en vida,
si lo mismo sucede tras la muerte
a lo que antes de nacer ocurre,
si la tiniebla todo lo cubre
o algún destello eterno lo alumbra.
El reloj, al fin, marca su hora macabra,
su continuo mecanismo se detiene,
a su límite llega la existencia,
imposible ha sido siempre evitarlo,
la oscuridad envuelve al tiempo,
la muerte, una vez más, vence a la vida.